Dios no busca vidas perfectas. Dios busca corazones dispuestos.
La perfección es enemiga de la excelencia.
Y en términos de la relación con Dios. No necesitas perfección.
Dios es el que hace en nosotros el cambio para ir mejorando cada día más.
Cuando Cristo vino al mundo hace más de 2.000 años, el inconveniente que tuvo fue con la clase sacerdotal de la religión imperante. Eran los fariseos.
Ellos vivían vidas «perfectas». Eran fieles cumplidores de la ley. Según sus corazones no había nadie tan perfecto como ellos.
Y Cristo afirma de ellos:
«Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo:
Este pueblo de labios me honra;
Mas su corazón está lejos de mí.
Pues en vano me honran,
Enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres». Mateo 15:7-9
Los discípulos de Cristo que se convirtieron en apóstoles eran todo lo contrario a perfectos. Tenían muchas debilidades e imperfecciones. Pero Dios los llenó del Espíritu Santo para que cumplieran con su propósito.
Judas Iscariote que entregó a Cristo. Tenía comportamientos «perfectos». Manejaba el dinero que usaban para el ministerio de Cristo.
Imagina. Ina persona a la que le confían el manejo del dinero debe ser casi que perfecta en sus acciones. Además constantemente estaba pensando en ayudar a los pobres. Como hacen hoy en día muchos filántropos.
Su corazón estaba tan lejos de Dios que entregó a Jesucristo para ser sacrificado en la cruz del calvario.
Dios quiere tu corazón dispuesto a amarlo sobre todo.
«Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas». Deuteronomio 6:5
«Porque no quieres sacrificio, que yo lo daría;
No quieres holocausto.
Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado;
Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios». Salmos 51:16-17
La primera demostración de un corazón dispuesto es proceder al arrepentimiento y aceptar a Cristo como único y suficiente salvador.
«Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios;» Juan 1:12
«Mi corazón está dispuesto, oh Dios; Cantaré y entonaré salmos; esta es mi gloria». Salmos 108:1