Dios secó mis lágrimas, sanó mis heridas, curó mi corazón
Fueron muchos los milagros que Cristo hizo cuando estuvo en su primera temporada en la tierra.
«Y él le dijo: Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz, y queda sana de tu azote.» Marcos 5:34
«Y Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Y en seguida recobró la vista, y seguía a Jesús en el camino.» Marcos 10:52
La sanidad física es muy importante. Como médico lo que más me gusta es cuando veo un paciente que ha sido sanado. Sin embargo estoy conciente que muchas veces las enfermedades son por problemas del corazón. No la bomba que hace circular la sangre, sino el corazón en donde se alojan las emociones y sentimientos.
Cristo dijo e hizo esto:
«El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos;» Lucas 4:18
Esta fue una profecía escrita en Isaías que Cristo vino a cumplir.
Ahora. La verdad es que esta sanidad garantizada sólo es para los hijos de Dios.
«Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.» La única manera para ser parte de la familia de Dios es proceder al arrepentimiento y aceptar a Cristo como único y suficiente salvador. Desafortunadamente hay muchísimas personas confundidas en el mundo y creen que hay otros caminos. Pero la verdad es que sólo hay un camino y es Cristo.
Y Dios, te llevará a que puedas decir: «Has cambiado mi lamento en baile; Desataste mi cilicio, y me ceñiste de alegría.» Salmos 30:11
Por nuestra mente limitada, a veces es difícil en medio de la enfermedad, en medio del sufrimiento, ver que Dios está obrando. Pero podemos pedirle a Dios que nos muestre su gloria en nuestra vida. Lo pedimos con fe. Pedir para tener sabiduría y poder ver su obra en nosotros. «Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra.» Santiago 1:5-6